"No hagan olas"
Decían los personajes de un cuento de Elsa Bornemann que leí hace más de diez años por última vez. Hoy me acuerdo y lo vuelvo a tomar: "Cantaban. sí, cantaban sumergidos -hasta el borde de los labios- en una densa materia oscura. Fétida. Repulsiva. Dentro de una piscina sin límites, cantaban. Inmóviles, reiterando ese "no hagan olas", a manera de alerta. ¿Alerta? Trataban de que la marea de heces dentro de la cual estaban parados hasta el chau de los tiempos se mantuviera en reposo. Porque al menor movimiento -¡zápate!- se formaban ondas que hacían que... la... este... el, digamos... detritus biológico... superara el nivel de sus bocas. " No hagan olas, no hagas olas, repito hasta el hastío. Porque estoy hasta las comisuras. No me doy a mí misma ni un segundo de paz. Y no dejan de venir las olas, de todas partes. No es sólo lo que ya sabemos, lo que hace más de un mes me está pasando, no sólo es la ausencia , también son otras presencias, otros quilombos,