Imágenes

Pienso en la memoria. Pienso demasiado en el hecho de pensar. La verdad es que pienso siempre, pero en ese automático de vivir, y sólo me detengo a pensar en los viajes. Haciendo cuentas, viajo varias horas todos los días, pero a pesar de andar sobre ruedas, me gusta porque me detengo. Siempre viví lejos de todo y aprendí a ver el vaso medio lleno (o el bondi medio vacío, digamos, para no hacer economía en metáforas tontas).
Siempre pienso en la memoria. En ese instante que queda grabado. Yo, como todo el resto, supongo, recuerdo la cadena de los hechos y a veces hasta las frases dichas o los movimientos, pero es una especie de conversación conmigo en la que me relato lo que pasó. Cada vez que recurro a un recuerdo (o se aparece involuntario en la pantalla de la cabeza), es el momento, el que simplemente se materializa por un instante adelante de mis ojos. Uno de todos los momentos que forman ese recuerdo, uno que nunca elegí. Un golpe de vista me queda, una impresión. Trato de concentrarme y encontrar los detalles en esa imagen, pero ya se fue para cuando soy consciente de rebuscar.  Si todo lo que hay es el presente, el presente de mi vida son esas imágenes. 
Que me hacen viajar. 

Nadar. Mirando el piso azul con líneas rojas, en donde se reflejan las pequeñas olas que hago mientras nado, porque la pileta está inundada del sol de las diez de la mañana y estoy sola y me cuesta entender que tanta agua esté tan quieta.
La heladería de la vuelta de casa, con esos faroles altos y extraños, y mucho más grande de lo que es en realidad porque yo era más chica y Betty Boop era más chica y son las 10 de la noche y seguimos jugando y tomando helado. 
El segundo antes de salir al escenario (con unos zapatos que no son cómodos para nada). 
La galería de mi casa vista desde la lente de la cámara rota que me regalaron para jugar.
La última vez que visité mi salita de jardín, que casi borró completamente la imagen de ese lugar mágico y gigante que había sido para mí y lo reemplazó por un cuarto medianito y de un color que no le correspondía. 
Un arbusto en una maceta, alto como lo que era yo en ese momento, que daba unas pequeñas bolitas rojas que nos tirábamos con mis primas.
Los ojos chocolate del pibe. En el izquierdo tiene una mancha más oscura, y cuando le da el sol lo lógico sería que se derritan pero siguen intactos y me siguen mirando. Y su nariz contra la mía. 
El primer ratón que cosí sola en mi vida. Con ojos de marcador y las orejas mal cortadas.
Escribir toda una noche a la luz blanquecina del monitor. La primera de las muchas noches desveladas de escritura.
El aula de mi primera clase de facultad, en declive, como un micro anfiteatro de bancos de madera oscura, tal como me había imaginado que iba a ser.
Células de una cebolla en el microscopio. 
Un elefante gris y verde que me regaló papá cuando nos fuimos de la que ahora es su casa.
El primer paso que inició una corrida frenética bajando por una duna altísima que daba la sensación de estar volando.
Y, por último, Dailan Kifki en mi cama sobre mis rodillas y ese esfuerzo sobrehumano para terminar la página yo solita.

Comentarios

  1. Me siento identificada en esos viajes, en vivir lejos de casi todo. Las imágenes que mas quisiéramos recordar muchas veces no están, o no de la manera directa que queremos. Pero la realidad es que el más mínimo foquito nos lleva a un sentimiento que sabe ser inigualable.
    Muy linda entrada.

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