Ciudad Universitaria: último día

Más de un mes hace que terminé la facultad, que me despedí de ciudad universitaria, los dos bloques de cemento que fueron mi amor y mi tedio por ocho meses tanto fascinantes como exasperantes como intimidantes. Los pasé, y puedo decir que terminé el ciclo básico común, ese purgatorio al que te somete la UBA para una vez sobrevivirlo pasar a formar parte de sus filas, ese eterno diálogo de "estudio bioquímica, bueno, no... estoy en el cbc", declarándote transeúnte en ese limbo entre la secundaria y la verdadera facultad, esa brecha en la que todos estamos mezclados y homogeneizados. Mis expectativas eran diferentes, esperaba, mínimo, hacerme UN amigo, pero no, no conecté con ninguno de esos seres aleatorios. Tampoco lo sentí como una carga masiva... estudié, tuve unas dos semanas del horror en todo el año, pero no siento que merezca estas vacaciones gigantes que me tocaron. Para alguien tan activa como yo, me siento bastante inútil. Pero no importa: dos mil quince, facultad de Farmacia y Bioquímica, borrón y cuenta nueva, estudiar como una condenada, sufrir, hacer amigos, esta vez en serio... El pibe se me ríe en la cara y jura y perjura que me va a recordar este momento cuando tenga los párpados negros y el recto dolorido de estudiar, pero yo quiero lanzarme a esa vorágine. Después de todo amo la UBA... no hay otro modo de describirlo. O se ama, o se odia. Y yo la elijo, así que queda claro. La elijo con las aventuras y los personajes que me trajo. Como P, o Rubia Syndrome, o mi primer profesor de física que tocaba una tiza y ya estaba cubierto de polvo de la cabeza a los pies, y después se rascaba la cara con la mano derecha y terminaba blanco, esta vez del todo. O el 28, un colectivo memorable, al que varias veces me colgué -literalmente- corriendo el riesgo de caer de bruces sobre general Paz y morir aplastada por el tráfico. O esa vez en la que estaba tan aterrada por el parcial de química que pensé que no tenía carga en la SUBE... a las 7 de la mañana... con todos los kioscos cerrados... y cuando conseguí cargar resulta que tenía sesenta pesos. Y corrí el riesgo de llegar tarde. También mi profesor de biología, el crush intelectual más masivo de mi vida, estoy enamorada de ese señor feo, casado y con hijos pero que me hizo descostillarme mientras hablaba de organelas y enzimas. Nunca lo voy a superar. Como tampoco voy a superar la belleza de Ciudad, volver en ese colectivo cargado de sol, viendo el cielo por la autopista y la paz que me traía ese momento. No puedo decir lo mismo de sus baños, los más exasperantes que me ha tocado usar; uno se volvía experto en supervivencia con esos baños: no había traba en las puertas, obviamente no había ni jabón ni papel, tampoco gancho para colgar la mochila. El ingenio radicaba en estar indispuesta y lograr cambiarse en ese baño tan hostil, usando la bisagra de la puerta como perchero y pañuelitos descartables, para salir victoriosa y pretender lavarse las manos en una canilla que no tiene lavatorio. Sí, el agua caía directo al suelo. Serán excentricidades de la facultad de arquitectura? me pregunté una vez. Y lo dudo. Otra cosa que dudo es la efectividad de los números de las aulas, estando la 201 en el entrepiso, la 216 en el segudo piso, la 310 en planta baja y la 321 en el subsuelo... del otro pabellón. Vaya forma de encontrar el camino, y una vez que lo encontré, fue cuestión de acostumbrarme a cuatro tramos de escaleras a las 7 de la mañana. También cuestión de acostumbrarme a la voz somnífera del de química, y sus ganas de tomar coca cola light a esa hora del día. Con P y R batallábamos el sueño a base de comentarios sobre el poderoso estómago del tipo. R es otro que queda para el recuerdo, y tal vez el único amigo que me quede de esta etapa, un chico totalmente adorable, que todavía no descubrí si es gay o no (una vez que tenés varios amigos gay se te despierta el radar y empezás a detectarlos, algunos me entenderán) y es una incógnita que deseo develar. Lo que sí aprendí fue a hacer barquitos de papel, gracias a Julieta que tuvo la infinita paciencia de enseñarme a hacerlos con los volantes políticos que nos daban todas las clases. Son aliados imprescindibles para poner abajo de los bancos cuando están torcidos... o sea casi siempre. Sí, me la paso despotricando y lo seguiré haciendo. Es contrastante escuchar los relatos de conocidos de otras facultades y sus comodidades y seguir sosteniendo que vas a la mejor universidad posible, pero es así. Entrar a esas paredes es imbuírse de historia y conocimiento, ahí es donde quiero estar, y este viaje recién empieza. A 10 días del 2015, siento la misma emoción que sentía hace un año.

Comentarios

  1. Felicidades! acá no hay ciclo básico común, salís de la secundaria, haces un cursito de nivelación en febrero y marzo,rendís (o no) examen de ingreso y hola primer año! eso si, todas las ciencias exactas tienen casi las mismas materias primer año y van ramificándose despues, de ahi no se mas. Con respecto a los baños, yo voy a arquitectura y son los baños más lindos y limpios que vi en mi vida, tengo JABON, casi lloro. Y si, cuando tenes muchos amigos gays se activa el radar y te volves experta, obvio siempre hay sus excepciones (eso espero).
    Besoootes

    ResponderEliminar
  2. Bueno, te felicito por esta transición de etapas y espero que el año que viene todo sea como lo esperas y mucho mejor, con o sin baños en estado deplorable, espero que te vaya genial. Y de nuevo felicitaciones por este año y que admirable que mantengas intacta aquella emoción. Eso es sentir pasión. Beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. muuuchas gracias! espero lo mismo, ojalá pueda sobrellevar lo que se viene.

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Veintiuno

Por unos centímetros de piel

Necesito escribir