Les revenants

Debido a mi necia decisión de guardar cada papelito que signifique algo para mí, tengo la pieza abarrotada de porquerías. Y de fotos. Una de mis favoritas es esa en la que estoy con todos mis amigos del colegio. Obviamente que, la que antes era la foto que me transmitía cariño, ahora sólo me muestra la cara de ya sabemos quién cuando inconsciente (o conscientemente, cof cof) miro para ese lado. Pero si voy más allá, es una foto en la que, hoy por hoy, hay personas tan dispares que me sorprende la existencia de un momento en el que todos entramos en el mismo marco, en el mismo ojo escrutiñador de mi cámara. De ese rectángulo de papel fotográfico nos separan un par de años y de kilómetros y de historias. Somos una especie de mapa de líneas rojas punteadas con nuestros destinos y un inicio en común. Aunque hace dos años no lo hubiera creído posible, soy una de esas trazas que se separó del tronco común de las otras. El pibe como razón principal, y yo como segundo pretexto: no puedo tener cerca a ese pasado si quiero desarraigarme.
Pero hay seis personas más que nosotros dos. Uno de ellos se volvió a Catamarca a esa especie de comunidad religiosa en la que vive su familia. Otros dos siguen orbitando en lo ordinario, básicamente casa-facultad-laburo y la repetición hasta el hartazgo de esa fórmula. También está Van Gogh, ¿se acuerdan de él?, que está casadísimo y viajando por el mundo en su tiempo libre. Suertudo. Además forma parte del encuadre uno que, por razones totalmente sorpresivas, fue obligado a desaparecer del mapa, al lado de ya sabemos quién que sonríe para recordarme de su inapelable existencia; y por último, en cada esquina, por un lado Mala Praxis y por otro, Artaud. Las líneas punteadas de ambos se cruzaron con la mía en las últimas semanas, imprevistamente. Y con resultados inesperados.
Es una tarde fría de julio y estamos sentados frente a frente en un bar, días después del mensaje que nos convocó. Cuidado, me dice, y levanta las cejas. Cuando me doy vuelta, una viejita con tintes confusos de adorable y loca está tratando de pasar por el poco espacio que queda entre mi silla y la pared. Me arrimo para hacerle espacio y me agradece. Una vez del otro lado, se acerca a la mesa y lo mira a él, que sostiene su mirada con amabilidad, esperando el comentario. "Ese pelo hermoso, negro azabache". Su risa tan dulce la hace sonreir a la mujer, y a mí, de paso. Entonces es que me mira. "Y vos, tan rubia y bonita". En instantes fugaces Artaud y cruzamos miradas cargadas con la carcajada que se vendrá. Entonces le agradezco y ella nos busca la mirada a los dos: primero nos pregunta nuestra edad. Luego vaticina, antes de irse: "qué bellos hijos van a tener".
Ay, señora, qué poco sabe usted de nosotros.
Se nos desbordaron las miradas de risa y así empezamos el encuentro, Artaud y yo. Alguien a quien adoro con tanta intensidad e inconsciencia como quise a ya sabemos quién. Es que ellos comparten una hermandad tácita, casi psíquica, Se miran y se entienden, se parecen en los gestos, se mantienen cerca en sus líneas rojas. Y Artaud y yo, entre tanto, conseguimos una amistad parecida. Yo lo adoro. Es un personaje maravilloso, surrealista. Pero cuando me separé de ya sabemos quién y su mundo, tuve la necesidad de apartarlo a él también. 
Le expliqué el porqué y lo entendió, así que el anochecer transcurrió más ligero una vez aclarados esos tantos. Por un rato, hablando con él, hasta pensé que mi camino punteado se iba a poder acercar un poquito, hacerse paralelo. Pero aunque lo tratase de evitar, el pibe se colaba constantemente en la conversación, y si no lo hacía, se materializaba en ráfagas espontáneas e intermitentes por verlo a Artaud de cerca. Aunque me despedí con la burda promesa de acercarme, aunque abrazarlo me haya dado un instante precioso de paz, escuchar su voz de música, ver su melena oscura indomable caminando al lado mío; a pesar de todo esto me volví a casa con la triste resignación de saber que no tolero semejante paralelismo en nuestros caminos, no sabiendo que el pibe también anda en la misma dirección. No siendo consciente de que estamos tan cerca, y que la coincidencia puede derrumbar el equilibrio precioso en el que se basa mi constante buen humor. 
"Vos sos como él", hace referencia Artaud a ya sabemos quién. "Los dos tienen ese concepto tan intrincado de la amistad. Tus amigos son tus amigos y punto, no hay mucho más que decir. Si está, es que es tu amigo." Siempre con esa liviandad tan descontracturada, terca e infantil, Artaud, esa que no tiene en común conmigo, el punto ciego donde nos diferenciamos. Esas definiciones que le cierran a él solo y bajo las cuales yo debería tener cero problemas para relacionarme con cualquiera del círculo. ¡¿Para qué?! Si ya no entro, no concilio, si son personajes que ya no me interesan en conjunto, por qué negarlo. Así, madurando la idea de que no tengo ganas de seguir viéndome con él, ni con ellos, me reencontré con Mala Praxis. El mismo de siempre, pero totalmente diferente.
¿Por qué volver con un personaje tan intolerable? Porque bajo esa molesta capa, el amigo sigue estando. Amigo bajo mis propias reglas, que él comparte conmigo y no entiende del resto que una vez nos contuvo. Nos encontramos por casualidad en una reunión, y, después de dos años de ausencia total, su prepotencia se diluyó y sus pies se anclaron a tierra. Salió a la luz ese con quien me entiendo tanto, el que me invita a tomar té a su casa y me pone al día con su vida intercalando frases de Les Luthiers y me habla de música y ciencia y viajes.
Si me hubieran dicho lo que iba a pasar después de estos encuentros, no lo hubiera creído, el giro inesperado de mi línea punteada alejándome de Artaud, al que sigo adorando, y acercándome a Mala Praxis, a quien pensé que nunca iba a perdonar o tolerar de nuevo. Supongo que la dichosa foto va a seguir ahí pegada por un tiempo más, a ver dónde nos llevan los trazos rojos a todos. Impredecibles, claro.

(El post cursi del mes. La corto después de éste).

Comentarios

  1. Que loco... me identifico mucho con lo de la secundaria: tantas historias, sueños y aspiraciones metidas entre cuatro paredes, y como estas se cruzan y transforman muchas cosas. Pero al salir de ahí uno ve quienes realmente pesan en su vida,
    Besoo

    ResponderEliminar
  2. Todo es impredecible tratándose de personas cercanas y filosas.

    Saludos ;-)

    ResponderEliminar
  3. Bueno yo igual me la paso guardando papelitos y recuerdos, hasta que después me entra la nostalgia.
    Atesorar esos momentos son valiosos aunque nos recuerde á alguien que ahora preferiríamos no recordar; porque nos muestra parte de algo que fuimos.

    Besito linda ♡

    ResponderEliminar
  4. Bueno yo igual me la paso guardando papelitos y recuerdos, hasta que después me entra la nostalgia.
    Atesorar esos momentos son valiosos aunque nos recuerde á alguien que ahora preferiríamos no recordar; porque nos muestra parte de algo que fuimos.

    Besito linda ♡

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Veintiuno

Por unos centímetros de piel

Necesito escribir