La estación

Se vació la estación.
Se vació la del otro lado también, no hay nadie en el anden de frente, casi un espejo del mio si no fuera porque de este lado estoy yo, irrumpiendo la escena. Me siento porque los bancos son todos míos. Debería tener ganas, es viernes. Debería querer correr a casa, pero no sirve de nada, si todos corremos e igual terminamos llegando tarde a todos lados.
No viene el subte y mi shuffle elige una canción que me trae malos recuerdos. Por ahí es el mal humor, por ahí es la clase de mierda que acabo de tener, por ahí es haber esperado 10 minutos a un profesor con el que tenía que hablar y nunca apareció. Por ahí es mi ayudante diciendo "este trabajo práctico está hecho para el ojete", porque en delicadeza ella se destaca. Por ahí necesito azúcar o es la cercanía de la estación de tren que me deprime en demasía. Ya subí al subte, bajé, llegue hasta el tren. Me compre caramelos. No son los caramelos lo que me hacía falta.
En los túneles de abajo de la estación me encontré a un ciego. Yo bien oscura en mi fuero interno y él intentando subir tres escalones. No había nadie cerca para ayudarlo. Dudé un segundo: nunca ayudé a un ciego. No sé cómo se hace. Es decir: si, es intuitivo, no? Creo que es intuitivo. Se me adelantó un señor que le puso una mano en el brazo y lo acompañó. Tres escalones eran. Yo los subí como si nada, tapandome los oídos con mis auriculares, pensando en ese instante de duda en que no lo ayudé. Porque hace poco pensé en lo mucho que ignoro a la gente. Y busqué mirar más a los ojos. Al viejito al que le doy monedas, al que toca la guitarra todas las mañanas en las escaleras. Puedo hacerlo, pero lo hago tan poco. La hipocresía apesta. Viste que tenés al limpio de conciencia y al hipócrita negador. El que se mira y se ve transparente. Y después estoy yo. La hipócrita admitida. No sé cómo se soluciona eso, aunque quisiera. No sé si es mi mal humor, tampoco. Se cerraron las puertas y arranca el tren. Todavía me falta un colectivo más. Llegar los viernes a casa es tedioso.